sábado, abril 25, 2009

(VII) El guerrero...

... permanecía con una rodilla en el suelo. El repiqueteo constante de la lluvia sobre su castigada armadura constituía una especie de mantra que le permitía concentrarse en la plegaria que elevaba a sus ancestros.

[Un relámpago surca el oscurecido cielo, el campo de batalla se ilumina. A un lado, el ejército, a la espera, convencido de su victoria. Al otro, el guerrero, la cabeza gacha, los ojos cerrados]

Cuando la plegaria terminó, el guerrero se incorporó y tomó aire. La muerte se mezclaba con el olor del barro removido por los pies del ejército. Durante un instante, el universo entero pareció contener la respiración, mientras el guerrero levantaba la cabeza y abría los ojos. Solo después el cielo tuvo el valor suficiente para detonar el trueno. La duda encontró, momentáneamente, un lugar en la mente de parte del ejército, que no supo decidir si la tierra había temblado a causa del trueno, o ante la determinación del guerrero, que ahora desenfundaba su espada.
Algunas de las heridas del guerrero ya se habían cerrado. La mas reciente todavía dejaba escapar sangre que corría libre por su pierna derecha y se mezclaba con la tierra húmeda bajo sus pies. La armadura había recibido tantos embistes que apenas se ajustaba ya a la forma del pecho del guerrero, pero seguía ejerciendo su función. A su espalda, el estandarte de su familia todavía ondeaba al viento, desafiando al ejército.

[Cae siete veces, levántate ocho]

Los oponentes se midieron durante un instante. Sabiendo que no había nada que perder, el guerrero se lanzó a la carrera. Poco a poco al principio, y cada vez mas rápido.
[Trescientos metros.]
El casco se movía, entorpeciendo su visión, ocultando por momentos secciones del ejército, que empezaba a agistarse, en respuesta al movimiento del guerrero.
[Doscientos metros.]
Las placas de su armadura chocaban entre sí ritmicamente, cada vez mas rápido. Las gotas de agua resbalaban por el filo de la espada y escapaban por la punta. Los pies chapoteaban en el terreno húmedo.
[Cien metros.]
El ejército se preparó, las primeras filas afianzaron como pudieron sus pies en el barro, y levantaron sus armas. Solo tenían que esperar a que el guerrero se lanzase hacia su propia muerte.
[Cinco metros.]

Nada tenía ya marcha atrás. Tensando todos los músculos de su cuerpo, el guerrero saltó hacia delante, levantó la espada sobre su cabeza, y se preparó para descargar todos los golpes posibles antes de morir. Cuando estaba en el aire, llenó de aire sus pulmones y gritó. En ese mismo instante, un nuevo trueno, mucho mas potente que el anterior, ensordeció al ejército. No hubo relámpago previo.

Aquellos que en ese momento miraban al guerrero se encontraron no con la figura orgullosa pero agotada que había corrido hacia ellos, sino con el espíritu del verdadero Dios de la Guerra. Y supieron que no tenían ninguna posibilidad de vencer.

1 Comentarios:

At 10:52 p. m., Blogger Larteas dijo...

Solo puedo decirte lo de siempre.

Puto amo.

Levantate ocho.

 

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